Sinopsis:
Una pudorosa chica-conejo acompaña a una atlética chica-gato al gimnasio. Después de todo ese sudoroso y sano tiempo juntas, toca que la gatita sorprenda a la coneja al compartir la ducha como premio.
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Iba a pedirle que dejara de exagerar, justo en el momento en el que deslizó sus falanges por mi tanguita sudada y pudo comprobar la humedad en mi coñito, no solo por el ejercicio. Me estremecí al sentirla deslizar hacia abajo la tela y rozarse por mis pliegues sedosos y llenos de mis jugos, hasta tantear por mi entradita. Cerré los ojos y mi respiración se detuvo mientras la veía hacerme lo que se le cantara. Lo único que quería era que Kate me metiera sus finos dedos dentro de mi vagina palpitante.
—Katherine… —imploré, viéndola a esos implacables ojos grises.
Ella sonrió, muy deleitada con mi reacción sumisa y acunó mi coño en su palma, metiendo su dedo corazón en mi entradita. Desde mi ex, no había querido meterme algo dentro, ni una sola zanahoria, porque nada me hacía disfrutar después de nuestra tormentosa relación. No estaba interesada en el sexo hasta que ¡ah! Kate empezó a insinuárseme de forma tan directa. Jadeé cuando su índice y medio comenzaron a abrirse paso en mi interior, y con su otra mano me agarró una nalga, a fin de forzar abrirme más hacia ella en su posición de dominio. Un tercer dedo entró en mí al comprobar lo mojadita que me ponía recibirla.
—Qué bien te sientes, mi Bonn… —Me empujó contra ella con la mano que me tenía por el glúteo, y besó mi frente salada en lo que repartía besos por mi cara escondida en su hombro, en tanto movía más sus dedos en mi zona hiper sensible, activando cada nervio en mí de la cintura hacia abajo.
De pronto quitó sus dedos de mi interior, empapados con mis jugos, y los limpió en mi ingle. Volví a quedar paralizada, sin entender nada de nada. Kate me envió una sonrisa sexy y se dispuso a desvestirme, dejándome claro que no quería ser la única en andar en bragas por el baño. Deslizó mi remera por encima de la cabeza, echándola a un lado, y no dudó en dejar mi brasier en el suelo.
Bajó por mis pechos, lamiendo las puntitas marrones en cada uno de ellos como si se tratara de un caramelo. Sus manos se encargaron de juntarme ambos senos y presionarlos con la suficiente fuerza para que yo obtuviera placer del bueno. Gemí y recorrí su espalda contra la yema de mis torpes dedos; de mi parte, era muy difícil seguirle el ritmo y reaccionar a tiempo a sus caricias. Fue entonces que siguió bajando hasta quitarme la tanguita y deslizarla por mis muslos, un tanto generosos, antes de pasarlos por mis piernas y permitirme quitármelos por completo, equilibrando mi cuerpo en sus hombros, a fin de dejarla salir de entre mis pies.
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